Alicia feminista
Textos: Valeria Matos (@matosvaleria)
Ilustración: Julia Reyes (@julitareyes)
Sin ellas la historia es incompleta. Ficciones como puentes.
Un conejo brinca, vuelan las orejas. Sigue corriendo. Inalcanzable. Su reloj cayó. El tiempo escapa con el agua de río creando el vórtice más violento que traga ramas, peces, piedras, perlas, cadáveres milenarios. Ahí va Alicia entre osamentas, arrastrada por el torbellino, crinolina y zapatos enlodados, el vestido con roturas emulando hoyos negros espaciales o galaxias pequeñísimas; ahí va sin perder de vista el blanco que salta como corazón aterrorizado. Miramos ¿Sólo miramos? ¿Por qué lo sigue? El reloj es tuyo, Alicia. Rompe las manecillas.
La necedad que liga al feminismo con el objetivo ruin de colocar a las mujeres como víctimas insoportables, seres quejumbrosos, obviamente molestos para el resto, lo he escuchado aquí y allá. Ante lo dicho, abro la herida con palabras.
Existen certidumbres. Como alguna vez escribí: las mujeres, el grupo más grande del mundo relegado a la marginación, corremos riesgos impuestos por una cultura dominante: la agresión en contra de nuestro sexo y la agresión en contra de nuestra sexualidad. Nacer con vagina es nacer marcada. Al sexo femenino se le han descubierto características poco convenientes para lograr salir ileso de los posibles ataques: penetrable, desgarrable, sangrable, vulnerable. Esto significa la expresión más burda del sexismo, del poder brutal de devaluar, de aniquilar.
Hemos sido víctimas, de una manera u otra, sí. Le pese a quien le pese. Viene a cuenta decir que la mayoría de las mujeres que conozco han sufrido algún tipo de abuso sexual. Soy una de ellas.
La mayoría hemos sido víctimas de agresiones que padece el cuerpo, lugar donde se libran todas las batallas, donde se suman también las intelectuales, las emocionales. No olvidemos nunca el feminicidio, que a estas alturas debería de estar entendido, aceptado y con un extraordinario número de personas empáticas de su erradicación . En fin.
Sin embargo, la rabia ha tomado cauces inteligentes, sanos, no violentos: el feminismo, que por supuesto no es igual al machismo; ignorante analogía que domina aquellas cabecitas moldeadas desde el poder patriarcal. El feminismo es la solución, hasta ahora, más factible, la revolución ideológica con avances concretos en el ámbito social con mayor alcance en las últimas décadas, diseminado, en general, de boca en boca. Es justo el pensamiento que implica des-victimizar, des-objetualizar, incluso partiendo desde la autocrítica (por lo tanto, existen diversas corrientes feministas y derivados). Algunos objetivos: cambiar de lugar, convertirse en sujeto de acción, transgredir límites obligados.
Como bien dijo Ana Lau en el documental De la protesta a la propuesta, dirigido por María del Carmen De Lara en el 2010: “el feminismo plantea una oposición frente a toda clase de subordinación. Persigue los derechos de ellas, pero de todos, de todas los que se encuentren en los márgenes. Busca el entendimiento entre varones y mujeres; fomenta la aceptación de las diferencias (lo cual es muy importante: hay distinciones entre hombres y mujeres, entre hombres y hombres, entre mujeres y mujeres; cada quien tiene y debe de tener la opción sexual y genérica que prefiera)”.
Se advierte un recorrido largo.
Yo, hija de la insurrección, heredera rebelde, como muchas, lo sostengo: formar parte del Paro de Mujeres el 8 de marzo o de las protestas en contra de los feminicidios o a favor del aborto, por citar sólo algunos ejemplos, es formar parte de la historia que se convulsiona en poco tiempo a partir de las primeras feministas decimonónicas. Por un lado, un extenso grupo de mujeres (insertas en un modo de producción capitalista que no muestra piedad por nadie, objetualizando al sujeto sin lástima alguna) se niega a no ser. De tal manera, ellas, nosotras, nos decimos sujetos por voluntad propia.
Por otro lado, manifestarse públicamente, en las redes sociales, en las calles, con gritos, en silencio, a través del arte, con mantas o sin éstas, con las tetas al aire en donde sea o como nos dé la gana, es sentirse vivas junto a otras, es desarrollar la empatía entre todas, reventar en un grito único por las que viven, por las que han muerto; demostrar la presencia con el mismo cuerpo proclamado propio, punto. Por cierto, en épocas distintas las calles nunca habían sostenido a grupos tan numerosos de ellas unidas mostrándose desde dentro, de manera franca, cuando menos en ciertas latitudes, como Estados Unidos de Norteamérica o Argentina. En México faltan millones de mujeres.
Me importa poco si algunas personas opinan que no es vanguardia ir a las manifestaciones. Lo es en la historia de las mujeres. Manifestarse en masa implica expresarse, de la manera que sea, atraer cientos de miradas a través de una especie de alarma. Es así como se involucran instituciones civiles, la prensa extranjera, incluso gobiernos de otros países. Gritar en plural se trata de confirmarse vivas.
Entonces, existen tres elementos fundamentales: pensar, manifestar, actuar. La manifestación, aunada a la protesta, es la vía de las emociones. Ahora bien, las ideas y las acciones no van de la mano; las primeras surgen mucho más veloces, tardan en ser asimiladas para convertirse en las segundas. Mas vale la pena esperar con paciencia. Aunque de vez en vez existen noches que sugieren ahogar la esperanza, hasta ahora vamos bien con lo relacionado a los actos respaldados de una ideología libertaria que exige tomar conciencia del sujeto y del colectivo en el cual se inserta. Por cada mujer que entra a la universidad, por cada mujer que publica, por cada mujer que gana un premio, por cada mujer que en silencio o de viva voz irrumpe su anonimato forzado exigiendo existir, por cada una que no calla el abuso de ninguna índole, una puerta se abre para las mujeres del futuro desde un presente forjado. Ello ha significado escuela para los grupos vulnerables ante la lucha por los derechos humanos, sea cual sea su religión, raza, etnia, género, sexo y demás particularidades.
Me pronuncio a favor de la igualdad de oportunidades de toda clase para cualquiera, mientras aplaudo las diferencias.
… Alicia dejó de mirar al conejo. Alicia se mira a sí misma. El reloj no tiene importancia. Respira. No hay vestido. No le representa nada si el conejo se ha dado cuenta. Alicia se revuelca en el barro, sigue su ley. Así lo quiso en el minuto cero. Nosotras nos proclamamos guardianas de su voluntad.
Valeria Matos mezcla realidades de otros tiempos y ficciones a través de la escritura. Tiene el título de Maestra en Estudios de la Mujer de la UAM-Xochimilco y es Licenciada en Historia por el Instituto Cultural Helénico-UNAM.
Está interesada en el análisis de los procesos históricos y los productos culturales con el objetivo de visibilizar la participación de ellas y la inequidad entre los géneros. A partir de lo anterior, reflexiona sobre el presente. Su tema preferido: la presencia de mujeres. Habla de esto (y por lo tanto de la vida) en el Museo Memoria y Tolerancia, en donde la invitan muchos viernes al año.
Cuenta con diversas publicaciones, que incluyen Esencia de Líder (2016), bajo el sello Grijalbo, en coautoría con Alejandra Llamas, y ¿Vivir del arte? Sí. El universo del mercado y la valuación de las artes plásticas (2018), en coautoría con Rafael Matos, publicado por Puntal, Fundación Javier Marín.
Es heredera de la insurrección femenina. Es la molestia del siglo, es feminista.