Alejandra Pizarnik
Textos: Emilia Pesqueira (@emiliapesqueira)
Ilustración: Julia Reyes-Retana (@julitareyes)
Alejandra Pizarnik fue una poeta argentina nacida en 1936, y si me dieran la oportunidad de poder conversar con la persona que sea, viva o muerta, definitivamente la elegiría a ella. El escritor Paul Auster dice que "todos los artistas somos personas heridas para las que el mundo no es suficiente y tenemos esta pulsión por construir otros mundos." Creo que es una manera adecuada de describir a Alejandra, quien a los 36 años - en 1972, decidió quitarse la vida, dejando tras de ella su poesía, su prosa, sus diarios y la estela de su persona que a muchos de nosotros nos acompañará siempre.
Alejandra Pizarnik era un alma salpicada de heridas que, a través de su poesía, buscaba cicatrizar.
Entre otras cosas, escribo para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere no sea; para alejar al Malo. Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. (…) Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos.
Alienada del resto, escribía como lo haría alguien que se asoma por la ventana para observar al mundo sin poder pertenecerle. La sinceridad en sus palabras logra adentrarse en el lector, demostrando la capacidad que tenía para volverse parte del poema. Como si no hubiera distinción alguna entre su vida y la poesía. Octavio Paz, con quien entabló una amistad, describe en el prólogo de Árbol de Diana (Alejandra Pizarnik, 1962) como sus textos contienen una pasión extrema y su capacidad de "escribir con su cuerpo, el cuerpo del poema". Ella vivía dentro de las palabras y quizás se escondía en ellas también.
Cold In Hand Blues
y qué es lo que vas a decir
voy a decir solamente algo
y qué es lo que vas a hacer
voy a ocultarme en el lenguaje
y porqué
tengo miedo.
(El Infierno Musical, 1971)
Sus palabras han despertado en mí sentimientos que ni siquiera sabía que existían. Su poesía es un signo de interrogación infinito, repleta de preguntas y una búsqueda insaciable de respuestas. Es un diálogo que Pizarnik mantenía con ella misma: la que fue, la que era y la que sería, reflejando su enorme sensibilidad. Continuamente habla desde el dolor y la rebeldía, explorando su infancia perdida, la muerte, el amor, el silencio, la locura, y distintos símbolos que se repiten en sus textos: el viento, la jaula, el espejo, el jardín, la noche, etc.
Caminos del Espejo
III.
Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia.
(…)
VI.
Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste.
(…)
XII.
Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla.
(…)
XVI.
Mi caída sin fin a mi caída sin fin en donde nadie me aguardó pues al mirar quién me aguardaba no vi otra cosa que a mí misma.
El Despertar
(…)
la jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios
Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo
Leerla puede ser abrumador en ciertos momentos por la tristeza surrealista que emana, y sus palabras no necesariamente mitigan el dolor, pero lo acompañan hasta que sanar, deja de ser un proceso solitario. Conocerla a través de su poesía, y tener el privilegio también de leer sus diarios, es una experiencia que literalmente vale la pena. Su trabajo es excepcional, y solo me pregunto hasta dónde pudo haber llegado de no haber sido su muerte. En el pizarrón de su cuarto se encontraron sus últimos versos:
no quiero ir
nada más
que hasta el fondo
Emilia Pesqueira (@pedazosdetodo y @emiliapesqueira) tiene 22 años y estudia Comunicación. De risa y lágrima fácil, es adicta a las palabras. Leer es su manera de rebelarse contra la vida por haberle dado solo una, y escribir es un acto de supervivencia. Tiene dos libros publicados, ambos poemarios: "Rómpeme en caso de emergencia" (autopublicación) y "Huele a sol, sabe a luna" (Valparaíso Ediciones).