La Pluma Abominable

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Desde mi ventana

Por: Julieta Álvarez (@julalvarez)
Ilustración: Julia Reyes-Retana (@julitareyes)

Aquí estoy. Ni siquiera sé cuántos días han pasado desde que se recomendó hacer cuarentena. Y por bien propio y común seguimos órdenes. 

Aquí estoy, dándome cuenta más que nunca de la diferencia de género. De la cultura machista en la que nos encontramos inmersos aunque digamos que no, aunque queramos cambiarla, inconscientemente seguimos teniendo la memoria de ese pasado que nos lleva a actuar automáticamente, justo como nos enseñaron. 

Aquí estoy, limpiando, trabajando, cocinando, pensando por mí y por ellos. Que también fueron educados por madres solas, que saben teóricamente lo que es ser mujer en la sociedad mexicana actual, que quieren y procuran, que tienen un buen corazón y siempre una buena intención; pero por más que se acerquen, que digan o que piensen, siguen siendo fruto de una cultura machista. Seguimos siendo

Recuerdo constantemente esas enseñanzas, tanto explícitas como implícitas de la dinámica familiar. A los hombres no se les cuestiona ni se les exige, ellos hacen lo que pueden. Sin embargo, nosotras nos cuestionamos porque así nos enseñaron: ¿por qué no sonríes?, siéntate como señorita, no te expreses así, ¿ya le serviste de comer?, ¿ya aprendiste a planchar, a coser, a lavar?, ¿cuándo te vas a casar?...  estos y miles de cuestionamientos más nos bombardean desde nuestra infancia, te dicta el ideal de una mujer que realmente no existe, el deber ser volcado a las necesidades de los otros, nunca de las necesidades propias. Y en esa incongruencia de la exigencia entre cada género se pierde la voz de cada una de las mujeres, la de todas, la mía. 

Aquí estoy ahora. A mis 26 años cumplidos, intentando explicarle a mi nuevo amor encontrado: yo; cómo es que no puedo dejar de lado esos cuestionamientos aprendidos, dictados, exigidos. Cómo me explico esa culpa constante de no ser lo que me enseñaron que tenía que ser, pero más grande la culpa de disfrutar tanto cuando me sé ajena a esas enseñanzas. Cómo me explico y le explico a mi novio de casi cinco años que no me gusta limpiar, ni lavar y que aborrezco planchar. Que no es mi deber tener la casa arreglada. Que yo también tengo un trabajo, pasatiempos, amigos y desidia. Cómo me explico y le explico a mi mejor amigo de hace veinte años, que está en un lugar seguro donde puede sentirse como en casa pues así fue la invitación a este departamento, pero que no está para ser atendido, está para apoyar en los deberes sin que tenga alguien que pedírselo. 

Porque aunque amo a estos dos hombres y representan gran parte de mi vida. Me amo más a mí y a lo que represento yo. De verdad espero que este encierro involuntario les dé una perspectiva distinta, con más información y empatía de lo que hacemos las mujeres, lo que representamos y lo mucho que nos esforzamos, pero ese trabajo es de ellos. A mí me toca repertirme constantemente que no tengo obligación con nadie más que conmigo, hasta hacerlo tan automático como respirar profundo cuando no alcanza el aire. 

Julieta Álvarez es psicopedagoga, con una reciente fascinación por la escritura a un nivel personal. Como mujer está reinventándose y construyéndose a partir de nuevas perspectivas. Es apasionada por la educación y por aprender y desaprender.

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