Mirada en llamas
Texto: María del Carmen Castillo
Intervención de foto: Julia Reyes Retana
Et vous, vous la regarde.
Vous-et e capable de faire le tableau de cette maniere?
Y tú, tú la mirarás.
¿Eres capaz de hacer un retrato de esta manera?
A mis cuarenta y un años quedé huérfana de padre. Ver esta película me dejó claro qué es aquello que más echo de menos en esta ausencia eterna: su mirada.
Cuando ha existido alguien que te mira como quieres ser mirada, es pavoroso darte cuenta de la invisibilidad. Lo mismo sucede en su opuesto contrario; cuando has sido invisible y alguien de pronto te mira, como siempre has querido ser mirada, tienes como resultado la obra maestra de Retrato de una mujer en llamas (escrita y dirigida por Céline Sciamma, 2019).
La pantalla ofrece un pase de lienzos exquisitos en cada escena. Son la luz, el color, los movimientos, la delicadeza y una actuación en armonía, lo que deja en el espectador la embocadura más dulce de una historia de amor donde la mirada es protagonista.
Marianne debe hacer un retrato de Héloïse, ésta última, se niega a posar. ¿Será capaz Marianne de conseguir tal encomienda?
Durante una convivencia donde prima el intercambio de miradas encontrarán no sólo el amor, sino aquel privilegio de ser leídas en la suma de pátinas que el tiempo ha impreso en cada una por separado.
Mientras eso sucede no hay música, porque la melodía existe en los espejos y sus reflejos, en el cruce que las ventanas de dos cuerpos ejecutan certera e intensamente, en las maneras de una sencilla mesa de campo compartida junto al fuego, en el vaivén de un viento gélido que roza los acantilados de la Bretaña del siglo XVIII.
Sophie, la trabajadora en el castillo de Héloïse, poco a poco se incorpora en la trama que une a estas dos mujeres para ser también una hebra necesaria que recuerda, entre tanta belleza de imágenes, los vericuetos femeninos que todo repaso histórico contempla. Pequeña, escurridiza y encinta, también necesita ser mirada en el tortuoso trance que su cuerpo sufre. Marianne, Héloïse y, en su momento, un ramillete de mujeres en aquelarre, la ven. Se alzan las voces, una a una formando una poderosa tonada acompañada de palmas precisas. Llega la música al filme. Son voces y manos que revelan un fugere non possum (no puedo huir) que se vuelve una especie de himno confesional compartido por mujeres invisibilizadas.
No hacen falta cambios de vestuario y nunca antes dos mascadas semitransparentes atadas entre cabeza y garganta para aminorar el golpeteo del viento, fueron trapos que anudaran tanta sensualidad.
Héloïse, ya sea entrando o saliendo de las oquedades de una playa desierta, siendo visión vestida de novia o en su andar en un bosque oscuro a paso mediado por la llama que consume su vestido, otorga fuertes instantáneas que recuerdan los espacios femeninos por excelencia: el inframundo, lo onírico, el fuego y la noche.
Marianne logra el retrato, no sin antes percatarse de que en el finiquito de su cometido lleva la penitencia. En los días de convivencia, estas tres mujeres han leído a luz de vela el mito de Orfeo y su Eurídice amada a partir del cual discuten las ideas de amor, injusticia, recuerdo y finalmente, la interpretación da un giro. El mismo giro que Marianne hace ante la solicitud que Héloïse pide que haga en una de las escenas que más estrujan la garganta.
Silencios y diálogos ralentizados conducen a un final sin palabras, pero ello no quiere decir que no existan. Son palabras sensoriales, pueden sentirse en las notas musicales de un violín que, como tormenta, cae devastando nuestros corazones. Héloïse, del otro lado del teatro, siente cada tonada de Vivaldi precipitando el cuerpo de una mujer que supo ser mirada.
María del Carmen Castillo Cisneros. Todos la conocen como Pame. Es doctora en Antropología Social e investigadora del INAH, pero su curiosidad siempre la conduce a espacios varios de creación que salpimientan lo académico. Trabajó durante dos décadas con pueblos indígenas de Oaxaca en temas de ritualidad, memoria textil, mezcal y cultura culinaria. Recientemente se trasladó a Yucatán donde continua su trabajo antropológico intercalado con la escritura y la cocina.