La Pluma Abominable

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Pajarera Naif: La selección -nada natural- de los libros que leemos

Por: Sofía Balbuena (@sofiabalbu)

Ilustración: Julia Reyes Retana (@julitareyes)


 Me gusta mucho un libro breve que vendí por lo menos treinta veces y regalé algunas otras que se llama Mamá India. Lo escribió Soledad Urquía y lo publicó la editorial argentina Tenemos las máquinas. Esta editorial tiene, del otro lado del charco, un hit absoluto de ventas y no es este. Ese otro libro, que también me encanta y que vendí por lo menos 100 veces –y regalé, también, algunas otras– se llama Los mejores días. Claro que no lo vendí en su edición argentina, sino que en la edición española con la que abrió su catálogo la editorial Las Afueras en el mercado español. 

Una hipótesis obvia y posible es que la industria editorial de este lado del Atlántico –concentrada o no– se alimenta en gran medida del trabajo de las editoriales independientes latinoamericanas. Pero la definición misma de editorial independiente es problemática. Otra parte del problema es pensar a América Latina como una unidad. El estado de la situación nos empuja a definirlas por sustracción: todo lo que no pertenece a un grupo, es independiente. América Latina, por su parte, es un subcontinente que no comparte ni siquiera un mismo idioma, pero que entendemos como una geografía que se reconoce en una percepción común de sus múltiples lenguas. Esto deja afuera a Brasil pero también a las Antillas Menores. Puros problemas. 

A mí me gusta mucho Mamá India. También me gusta La felicidad es un lugar común de Mariana Skiadaressis. Lo que trajo el mar de Frank Báez. Mis días en Shangai de Aura Estrada. Frontera interior de Astrid López Méndez. Tarantela de Abril Castillo. Todos libros editados por editoriales independientes latinoamericanas que no tienen una edición española. Otros libros que también me encantan, que tienen edición original en sus países y una edición española posterior son: Las estrellas, de Paula Vázquez, Conjunto vacío de Verónica Gerber Bicecci, Diario pinchadode Mercedes Halfon, Kramp de María José Ferrada, Mundo cruel de Luis Negrón, El nervio óptico de María Gainza.

Los circuitos por los cuales se desplazan los libros de un continente a otro son diversos. Agentes literarios. Escritoras y escritores afianzados que llevan de la mano a otras escritoras hasta sus casas editoriales del otro lado del muro. Los y las lectoras que, cuando viajamos, compramos libros que leemos y luego recomendamos. Librerías como Lata Peinada que asumen como parte estructural de su trabajo, buscar, leer y recomendar lo que no se publicó aquí. Editoriales siempre atentas al servicio de novedades de otras editoriales.

Con todo y todo, cierta gama de editoriales independientes latinoamericanas se parecen. Si prestamos atención, lo vamos a ver claro: hay un circuito independiente que país a país se salta la restricción de la frontera, haciendo correr los derechos de publicación. Nos quejamos mucho de esto en América Latina y aun cuando hay esfuerzos para revertir esta limitante, por vía de la distribución a Buenos Aires solo llega lo que se publica en Santiago de Chile en editoriales independientes. La cosa cambia cuando lo que se publica en Chile también se publica en España. Todo sucede de forma simultánea y esta es una explicación posible de cómo funciona el mercado informal de derechos.

Me pregunto cómo se mide la distancia que separa Mamá India de Los mejores días o Lo que trajo el mar de Conjunto vacío. Son libros que recomiendo y vendo por igual, pero Lata Peinada es la única librería de España que tiene en stock Mamá India y Lo que trajo el mar. Cuando un libro que leímos en su edición latinoamericana consigue una publicación española, festejamos. El mercado de derechos tiene sobre todo una dimensión formal. Lo que viene adherido al valor de un libro ya publicado con éxito en una editorial independiente latinoamericana es la capacidad de ensanchar los márgenes de las páginas, de convertir la experiencia de la edición en alquimia. En definitiva, lo central en el asunto es invertir en mejorar la experiencia del libro. Puede que para una editorial independiente el costo de fallar en la publicación de un libro sea demasiado alto. Como no hay oportunidades para equivocarse se elige con otro criterio, sino mejor al menos en la convicción. Ese estado de fe que empuja a publicar un manuscrito, las arrastra también a defenderlo con todas las herramientas con que cuentan.

Muchas veces como estudiante he pensado en por qué lo que decía el profesor o profesora que tenía delante no me hacía vibrar ninguna fibra. Inmediatamente después pensaba en si, llegado el caso, sería yo capaz de transmitir la devoción con la que a veces me enfrento a un libro. Cuando un libro funciona, es un poco como hacer magia. Los mecanismos que lo transforman y vuelven único se desatan también todos juntos y al mismo tiempo pero casi siempre se inician en el trabajo de una o varias lectoras que creen en algo que leyeron y lo defienden. Esta es una definición complementaria de lo que conocemos formalmente como crítica: el espacio menos atendido del campo que designamos bajo el rótulo de literatura y que hace toda la diferencia del mundo en el mercado editorial. El que completa la magia.

El asunto es que la crítica que deriva en un estado de prescripción es algo difuso, difícil de colocar en un único tiempo y espacio en el campo de la literatura. Existe, en su expresión formal, como medida escrita, cuando una reseña en un suplemento cultural señala las virtudes de un libro. Existe en la labor librera. También circula a toda velocidad por los resortes de las redes sociales cuando enmarcamos algo que leímos y nos gustó mucho. Cuando juntamos dos o más referencias en relación a un libro, cuando lo vimos pasar varias veces y lo defiende alguien que respetamos, prestamos más atención. Este fenómeno tiene montones de aristas y vértices, pero lo que inclina a la ansiedad de leer siempre es el carrusel, el señalamiento múltiple que nos empuja a detenernos.

Mamá India es un libro sobre una chica cheta –o fresa o pija– a la que le pasan cosas poco interesantes. Un poco por no saber qué hacer con su vida se va de viaje a la India y se instala en Rishikesh, un pueblito famoso porque allí pasaron algunos meses Los Beatles en los ´60. Ahí pasa los días con una banda de raros, yoguis, hippies con los que tiene poco en común. Esa es su vida en ese tiempo pero esa no es realmente su vida. Ella no es india, se puede ir cuando quiera, no tiene porqué vivir así. Su mamá va a vivir como ella, desde el otro lado del mundo, para empujar a la narradora a pensar en el después. Su vida está vacía y es triste y así, en esa rareza adquirida desde su privilegio occidental, exotizando el contexto ajeno por ajeno, es que va cayendo en la cuenta de lo vacía y triste que es y siempre ha sido. Es chiquito, es sincero, es luminoso. Está anclado en la época, no tiene grandes pretensiones, es en primera persona. Me gusta mucho también porque es un libro que yo escribí o que podría haber escrito. Pero esa es otra especie de magia y a mí me pidieron 1,200 palabras. 


Sofía Balbuena es Licenciada en Ciencia Política (UBA), Máster en Creación Literaria (Universidad Pompeu Fabra) y Máster en Literatura Comparada (UAB). Trabajó más de diez años como especialista en gestión y administración del sector público en el Estado Argentino. Se formó como escritora en los talleres de Christian Rodríguez, Carlos Busqued y Flavia Company. Publicó en 2019 Pajarera Naif, su primera novela (La Verónica Cartonera). Desde abril de 2019 trabaja como librera en Lata Peinada.

Julia Reyes Retana es arquitecta, aunque nunca se ha dedicado a la arquitectura. Tiene un taller y marca de costura “Chocochips Costura de Estación” dedicado a la producción de objetos textiles y a la impartición de cursos de costura y técnicas textiles. Dibuja desde que tiene memoria y la ilustración es la base de la que germinan todos sus proyectos, dibujos que se transforman en cosas. Actualmente dibuja todos los días y a todas horas.