La Pluma Abominable

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Sólo somos mujeres 

Por: María del Carmen Castillo Cisneros

Poema de Luz del Carmen Gómez Haro

Ilustración: Julia Reyes Retana

Mi linaje me conecta a muchas Cármenes. En primera instancia con mi madre, Maricarmen y de su lado, una bisabuela, una tía abuela, y una tía. Carmen, Carmina y Maricarmen, respectivamente. Del lado paterno, una tía abuela, dos tías y una prima. Luz de Carmen, Lucero, Maricarmen y Luchi. Yo, por azares del destino, me convertí en Pame, pero al igual que todas ellas, llevo impreso el Carmen y por si fuera poco, el escapulario carmelita anuda ambas familias poblanas.

Cuando pequeña, mi abuela Gloria me contaba historias de su hermana mayor; monja descalza de clausura, que tomó los hábitos del Carmelo ya bastante entrada en edad para aquella época. Luz del Carmen o la tía Nena, la mayor de una decena de hermanos, tuvo la consigna de relevar a su madre Elvira quien, producto de una muerte prematura, había dejado una retahíla de hijos. Mi abuela, la novena, se convirtió así en hermana-hija de La Nena a la que adoró hasta el final de sus días. Aún la recuerdo en su lecho de muerte llamándola y extrañamente, cuando yo entraba a visitarla me hablaba como si de ella se tratara. 

Pero regresando a La Nena, ésta fue una joven escritora de ojos azabache y alma gitanilla que merodeó tertulias literarias postrevolucionarias en la Puebla de antaño apoyada por su tío poeta Eduardo Gómez Haro. Sin embargo, por mandato paterno, asumió el cargo de madre sin haber gestado y entregó su juventud a los fogones que una cocina de azulejos mozárabes enmarcaba para alimentar a sus hermanos. 

Amoríos tuvo, cancelación de los mismos también, prohibiciones varias. Ya crecidas las crías que le fueron encomendadas, entró al convento bien avanzada su tercera década de vida. Pareciera que la edad casadera se le había agotado cuidando vástagos ajenos y que ante tal situación, el remedio único era la consagración a Dios; mismo espacio que le permitiría seguir escribiendo pero desde la celda. Un periódico de la época cuenta que en el dintel de la puerta del Carmelo quemó su obra poética de seglar, dejándonos sólo una erótica-mística conventual bajo el nombre de Luz del Carmen de la Eucaristía. 

Poco a poco voy desvelando la historia de una mujer que escribió con la pasión de la pluma enardecida, de la pluma abominable. Intuyo sufrimiento, intuyo locura; intuyo y des-intuyo tantas cosas al leerla que pone mi cabeza a girar. Percibo enamoramientos y corte de alas en nombre del deber. Concilio el sueño pensándola y tratando de ver con otros ojos lo que unas mismas cejas negras y espesas demarcan.

Nena, quiero darte voz compartiendo este poema que escribieras en los años cincuenta del siglo pasado. Las dos escribimos, con la diferencia que yo tengo la libertad que a ti te faltó. Va por ti y por tantas mujeres que ocultaron bajo pesados hábitos su furia de ser mujer. Mientras te transcribo, agradezco tus versos.


Solo soy mujer

¡Quizá queda poco de mi ruta amarga…

quizá falta mucho… la senda es tan larga!

Seguiré el camino pisando entre abrojos,

con la frente en alto y el llanto en los ojos.  


Ni un solo reproche te dirán mis labios;

para tus olvidos no guardo resabios.

No tienes la culpa de que yo te quiera

ni de que consuma mi ser esta hoguera.


Para ti en silencio mi plegaria digo,

y en mis horas tristes tu vida bendigo, 

y te sacrifico todo mi querer,

y te doy la ofrenda de nacer mujer…

Si yo fuera solo llamita encendida,

consumiendo fuera por tu amor mi vida;

a tu cigarrillo candela le diera

y luz a tu casa, mientras la encendiera.

En noche de insomnio sería lamparita

que te acompañara con su lucecita…

Pero no soy llama, ¡solo soy mujer!

y no puedo darte más que mi querer.


Si un clavel yo fuera me colocaría 

sobre tu solapa y allí moriría,

y si dar mi aroma poco se me hiciera,

en pétalos rojos mi sangre te diera;

de tu vida al paso yo me deshojara

pétalo por pétalo, toda me ofrendara!


Pero Dios no quiso que fuera clavel…

no soy flor ni llama ¡solo soy mujer!


Si fuera perfume, iría a derramarme

Para que pudieses entera aspirarme;

daría a tus cabellos olor a ternura,

llenaría de aroma tu cabeza obscura,

y siendo perfume, yo podría donarme

porque me aspiraras hasta evaporarme.

Si música fuese, diría a tus oídos

dulces añoranzas de los tiempos idos;

y siendo cadencia, cantar, son, arrullo,

moriría en sonidos en obsequio tuyo.


Pero no fue llama ni cantar mi ser;

¡no soy flor ni aroma! ¡solo soy mujer!


Y como todo eso siendo mujer fuera,

te inmolo la ofrenda de mi vida entera…

de esta vida plena que no dio su olor,

ni vibró con notas de un canto de amor.

De esta pobre vida que llenó el dolor

y que se consume sin darte calor…


Soñó ser hoguera y solo fue cirio

que va consumiendo su vida en martirio…

¡es lo que te ofrendo! … ¡Lo que no he de ser

y pude haber sido… naciendo mujer! …


Luz del Carmen Gómez Haro

 

María del Carmen Castillo Cisneros. Todos la conocen como Pame. Es doctora en Antropología Social e investigadora del INAH, pero su curiosidad siempre la conduce a espacios varios de creación que salpimientan lo académico. Trabajó durante dos décadas con pueblos indígenas de Oaxaca en temas de ritualidad, memoria textil, mezcal y cultura culinaria. Recientemente se trasladó a Yucatán donde continua su trabajo antropológico intercalado con la escritura y la cocina.