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Por: Ania Otaola (@aniaotaolaatodos)

Ilustración: Julia Reyes-Retana (@julitareyes)

Por lo poco que sé, sé que lo que sé, y lo que verdaderamente me conmueve, y no es sólo que lo sepa, sino que lo siento y presiento removiéndose en mí. Me pierden los seres vibrantes con sentido y visión particular acerca de la realidad. Dora Maar es uno de ellos, un ente libre que nadaba con un estilo existencial, cuando menos original. 

Con su objetivo y mirada verdosa capturó lo incensurable, lo intangible: cada fotografía construye un puzzle surrealista difícil de encajar. En ellas puedo apreciar sus mayores demonios auto-retratados, visualizo también grandes anhelos mezclados con fantasías oníricas y sed de sueños que nunca se materializarán. 

En aquel momento la fotografía no tenía lugar ni reconocimiento, más bien cumplía con las órdenes de entretener y reflejar el costumbrismo de la época, acaso ser un juguete para a los burgueses somnolientos. No en manos de Dora, pues la soledad del objetivo le acompañó más allá de su mirada. Una extensión que traspasaba esta realidad y la del más allá. Ella tenía eso que a veces se aparece, e interrumpe repentinamente, esa mística o presencia, en su caso, una identidad propia, un exceso. 

Corría por sus venas sangre francesa, croata, y cierto toque latino. Había pasado largas temporadas en argentina, habiendo recibido una educación muy plural y diversa. Hablaba español a la perfección. (Yo imagino un refinamiento exquisito terminando oraciones en versos...que sé yo). Fue esta misma sangre la que un día, mientras se entretenía lanzando cuchillos al aire, le llevó al encuentro con Pablo Picasso. Como si de una profecía se tratase, lo que vendría después, ese macabro juego, entre humo y café en algún antro oscuro de París, iba a desencadenar una simbiosis atómica. Picasso, atraído por el extravagante espectáculo, fue hacia ella pidiéndole como recuerdo sus guantes blancos, bañados en sangre. Un sólo instante decisivo, entre otros perdidos a lo largo de la eternidad. Picasso, que no pudo contener su sed se bebió la sangre y el alma de Dora como un auténtico caníbal. 

Por aquel entonces Picasso ya era un archi famoso artista de gran impacto y reconocimiento mundial. Picasso convertido en Picasso, y recreado en Picasso. La metamorfosis de Picasso. Picasso convertido en la fiera, el déspota del arte. Contra Picasso o Contra Picasso jamás con Picasso. Picasso contra todos. Para Picasso, sólo existía Picasso. Un Picasso de carácter imposible, y no lo digo yo, lo dicen todos quienes lo sufrieron, entre ellos sus musas y amantes a las que maltrató. También lo haría con Dora Maar. Él tenía 44 años de una vida picassiana ya vivida, Dora tenía 21. No entraremos en juicios morales o sentencias fáciles. Nadie puede parar lo imparable.

En plena ebullición de las vanguardias de principios de siglo, Dora Maar se movía con seguridad en el ambiente parisino, destacaba entre los círculos artísticos, con ese halo de misterio que le caracterizaba. Dicen quienes la conocieron, que su persona vacilaba hacia la muerte de forma provocativa. Sus fotografías narran este anhelo mortal, el delicado tránsito de la vida al fin de nuestra existencia, fino como una tela de araña. No como mujer fatal, creo que estamos cansados de ese absurdo cliché femenino. Dora retaba a la muerte como inquietud existencial, imposible de digerir, sin embargo, se catapultaba hacia ella constantemente. Quizás por eso su unión con Picasso y el vaticinio de la sangre como un oráculo de lo que desencadenaría su unión. Y un paso más cerca de la muerte.

“Después de Picasso, sólo Dios”, afirmó Dora. Picasso devoró a Dora, tragó y escupió todo tipo de entendimiento hacia ella.Dora en su búsqueda insaciable de significado se escondió en Dios. Quien se enfrentaba con Picasso tenía que pedir, cuando menos, indulgencia.. Fe para poder refugiarse de sí misma, y de un descomunal sentido que le aplastaba y le empujaba hacía una delicada salud mental. Según algunos Maar llegó al delirio y a la locura. Tengo dudas.

Dora, me reflejo en ella, me sumerjo en su esencia en un plano total, en el código binario de que el amor ha de ser doloroso y que el arte se beberá la sangre de los restos ¿Acaso he venido a morir? Me sobresalto y exploto, fuera del romance que, sospecho, no ayudó a la trayectoria artística de Dora Maar ni a su salud mental. El latido de Dora Maar palpita con la belleza extrema de su visión, totalmente singular y desbordante, su lucidez artística. Dora se negó a entregar su existencia a la inercia vital, algo que, sospecho el “artista total” no pudo afrontar.

Por ese dolor, con o sin Picasso, ese desasosiego que nos arroja la vida, he querido hacerle un diminuto homenaje. Aquí en este rincón abominable dónde escribo, desde la fuerza de la conexión humana, más allá de una pantalla, tengo el placer de aproximarme a Dora Maar. Al nombrarla espero que vean su obra, que pensemos en ella por ella.

Encuentro ese juego de cuchillos sobrevolando cada una de las imágenes, una vibración y una fuerza que gravitan hacia el fin junto con un deseo imparable de vivir. Ahí radica su pureza. Puedo comprender a Picasso: ese la creación de Dora Maar es un imán, te atrae hacia el filo que te deja sin aliento. 

Ania Otaola tiene 29 inviernos, nació en el mes enero en el País Vasco (frío que te cagas), pero ha vivido aquí y allá, y actualmente reside en Puebla, México. Hace un año vino con una beca de gestora cultural y aquí se quedó, le encantan las personas, los seres humanos con sus mochilas, nuestras miserias y nuestras alegrías. Piensa que esta vida es una experiencia que pasa por nuestras cuerpas y mentes. Le gusta caminar, la luz, alternar melodías y silencio, los mimos y las sopas, el arte y divagar sobre la vida, el ser y la nada. Y más le gusta poder encontrar mujeres con las cuales reflejarse aquí y en Pekín.

Julia Reyes Retana es arquitecta, aunque nunca se ha dedicado a la arquitectura. Tiene un taller y marca de costura “Chocochips Costura de Estación” dedicado a la producción de objetos textiles y a la impartición de cursos de costura y técnicas textiles. Dibuja desde que tiene memoria y la ilustración es la base de la que germinan todos sus proyectos, dibujos que se transforman en cosas. Actualmente dibuja todos los días y a todas horas.

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