Consideraciones de la idea metafísica de “jardín”, o un desquite con Byung Chul Han
Texto: Martina Rivas Milla
Ilustración: Julia Reyes (@julitareyes)
Me cuesta concebir el jardín permanente o el jardín que Byung Chul Han añora en su Loa a la tierra, a pesar de evocar sinceros sentimientos en su contemplación, el exceso romántico, si bien necesario para estos tiempos, me abruma en días donde el encierro es lo normal.
Toda esta sentencia un tanto criticona y de mal gusto, la digo ya pensando en el jardín que empecé a trabajar hace un tiempo y la intensidad con que lo he trabajado, producto de estos días en cuarentena (como muchas personas) donde me ha parecido obsesivamente central el ejercicio de visualizar. Porque en tiempos como estos, en Chile y en el mundo, el llamado a la quietud de estos días cobra un sentido esencial.
Loa a la tierra es el libro del filósofo surcoreano Byung Chul Han publicado en 2018 por la editorial alemana Ullstein, traducido al español por Herder en 2019. En él discurren reflexiones en torno a la idea de jardín, y cómo ésta se enhebra en un tiempo: el tiempo del autor.
Podría descaradamente resumir el temple de Byung Chul Han con su cita: “regresar a la tierra es regresar a la dicha”. Esta sentencia es la llave, creo, de cualquier jardín, pues sino ¿que otra cosa nos podría evocar? Trato de encontrar una respuesta, mas en su lectura discurro, y doy un vistazo a mi imaginación. Es raro, pues de alguna manera su jardín se parece al mío, salvo por esas tonalidades azules, frías, que deliberadamente cultiva para dar forma a su jardín permanente –un jardín de invierno–, y que esté situado en una ciudad primermundista como Berlín. Digo “cultivar” no al azar, ya que es la acción escogida por el filósofo para nombrar el camino del “regreso” a la dicha.
Lo que Byung Chul Han no ve es que cuando hablamos de cultivo nos referimos muchas veces “inocentemente” a un autocultivo, es decir, a un significado profundamente psicológico, donde la idea de un todo o comunidad, la realidad material, muchas veces no es considerada en su afirmación, más bien individualista. Insisto en esto ya que constantemente afirma su preferencia por plantas solitarias, que a diferencia de algunos hierbajos, no proliferan.
En Loa a la tierra no dejo de pensar en la utopía hermosa pero imposible. “Desde que trabajo en el jardín me acompaña una extraña sensación que antes no conocía y que también siento corporalmente con muchas fuerza. Es una sensación de la tierra, que me hace dichoso”.
Una vez más las naturaleza nos redime. Pero la redención también es un síntoma. Es por eso que el jardín permanente, el jardín que celebra Byung Chul Han, lo concibo como el cultivo de todos, la ganancia de muchos. Solo así me libero de una vez de estas ataduras racionales que me llaman al presenciar esta belleza, ya conocida o contemplada a lo largo de la historia del pensamiento, que me inquieta por el perfume moral de sus sinceras apreciaciones. Solo así pude terminar de leer su libro tranquilamente y seguir con mi encierro.
Al igual que Byung Chul Han, añoro también ese mundo del cual creamos y cuidamos, pero ese mundo al fin y al cabo siempre remite a nuestra imaginación: al mundo del cual hay que salir de vez en cuando para no caer en el ensimismamiento. Es lo más lógico para mí, sobre todo ahora que estamos en este modo casi imperativo de encierro.
La razón y la soledad como padecimiento son la principal causante de la digitalización o desmitificación de lo que imaginamos por mundo. Puedes tener acceso a un jardín, o, es más, puedes llegar a conocer uno por medio de una pantalla. Por otro lado, la razón es también la causante que posibilita, en un principio, poder entender este mito del jardín como paraíso, y de paso la naturaleza autodestructiva de mujeres y hombres.
En mis palabras solo busco la quietud, pero no impuesta como esta seudo tranquilidad de cuarentena, más bien busco quitarme, e incluso safar, de esta impuesta responsabilidad que la razón exige de manera amenazante: un jardín del porvenir. ¿Acaso, no es el cultivo y trabajo del jardín el tiempo que aún no es, o que es mientras no lo percibimos, como el futuro? ¡Oh, incierto futuro!
Estoy encerrada con mi hija. Vuelvo a imaginar una vez más el jardín de invierno que se propuso Byung Chul Han. Tomo a Celeste y la llevo al nuestro, que no es tan nuestro. No sé el filósofo coreano, pero yo, por lo menos, como muchos chilenos, no tengo casa propia. Mi jardín en realidad es atemporal, pues cuando tengamos que abandonar este lugar ya no será nuestro, por tanto nunca lo fue. En fin, de todas maneras ver crecer a mi hija junto a nuestras plantas, que hemos cultivado juntas me da un vistazo.
Martina Rivas es una librera chilena puente altina nacida en la generación millenial. Estudió Filosofía en la Universidad de Chile y Estética en la Universidad Católica. Vivió en Buenos aires con intenciones de estudiar Restauración en una casa de estudios, pero terminó haciéndolo en una cooperativa de trabajo mientras vendía empanadas en la calle. Desde ese momento no quiso volver más a casas de estudios solemnes y evita juntarse con gente así. Es la directora de la feria del libro de Puente Alto, lugar donde aguarda su corazón.También está formando la primera biblioteca de su barrio, que no es más que las estanterías de sus propios libros a disposición de su comunidad.
Julia Reyes Retana es arquitecta, aunque nunca se ha dedicado a la arquitectura. Tiene un taller y marca de costura “Chocochips Costura de Estación” dedicado a la producción de objetos textiles y a la impartición de cursos de costura y técnicas textiles. Dibuja desde que tiene memoria y la ilustración es la base de la que germinan todos sus proyectos, dibujos que se transforman en cosas. Actualmente dibuja todos los días y a todas horas.