Habitando las olas: fútbol rebelde

Texto: Jimena Soria (@jimesoria)
Ilustración: Julia Reyes Retana (@julitareyes)


Mientras escribo este texto el mundo está inundado de eventos deportivos. Algunos que recién terminaron como Wimbledon, la Copa América o la Euro Copa. Otros que apenas inician, como la Copa Oro. Otros que están en vivo, como los Juegos Olímpicos o la Liga BBVA Mx Femenil. Todos con sus aficiones emocionadas de la reanudación de torneos que por la pandemia se tuvieron que cancelar una y otra vez y de poder ver a grandes deportistas que nos asombran una y otra vez con su constancia y talento. 

Sin embargo, en todos estos eventos deportivos podemos ver cómo el racismo y el machismo prevalecen y representan barreras para las deportistas mujeres y para las personas negras y racializadas. En el caso de los Juegos Olímpicos, una y otra vez han impuesto reglas que afectan desproporcionadamente a mujeres negras. Tal es el caso de las pruebas que determinan si algunas corredoras pueden competir en ciertas categorías de acuerdo a sus niveles de testosterona.

 También a inicios de julio nos enteramos que la Federación Mexicana de Fútbol (FMF) se encontraba negociando con la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) la posibilidad de que fuera la selección femenil de fútbol quien pagara uno de los partidos de la sanción de jugar dos partidos oficiales a puerta cerrada. Esta sanción le fue impuesta a la FMF en un partido de la selección varonil por la prevalencia de un grito homofóbico que es discriminatorio y pese a que ha sido abordado una y otra vez, lejos de erradicarse, parece que crece. 

Aún no sabemos de manera oficial cómo terminará por ejecutarse la sanción, en este podcast lo explican todo. Sin embargo, ¿qué nos dice siquiera la consideración de que la selección femenil pague un castigo puesto a la selección varonil de cómo se ve el fútbol femenil en México? ¿Por qué la máxima autoridad del fútbol en México cree que la mejor opción es combatir la homofobia con sexismo, como ha señalado la Barra Feminista? ¿De verdad no ven lo injusto y ofensivo de apelar a la igualdad en las sanciones en un contexto de tanta desigualdad para la selección femenil en las canchas? ¿Qué mensaje le mandan a la afición, a los jugadores y, sobre todo, a las jugadoras profesionales? 

 

La rebeldía de querer patear un balón

Durante el Mundial Femenil Francia 2019, escribí un texto sobre por qué el fútbol femenil es una lucha feminista. El primer punto que mencionaba es que todas las jugadoras del mundo han enfrentado discriminación por ser mujeres y querer jugar fútbol. Una y otra vez, escuchamos a jugadoras profesionales, amateur o a nuestras propias compañeras y amigas contar cuándo y cómo fue la primera vez que quisieron jugar fútbol. 

Los elementos compartidos suelen ser la negativa de las familias, las burlas, la falta de espacios para hacerlo, la violencia por ocupar espacios que supuestamente no nos corresponden y la necesidad de su propia convicción para ir contracorriente. La rebeldía de querer patear un balón y practicar el deporte más popular del mundo.

Crecimos rodeadas del fútbol como cotidianidad pero también con un mensaje claro: la cancha no es para las mujeres. Ni como jugadoras ni como aficionadas ni como cuerpo técnico. La falta de referentes y posibilidades en nuestro entorno cercano.

Cuando pienso en mi propia historia, creo que se parece más a lo segundo. Crecí con familias compuestas por personas que, como el 73% de la población en México, aman el fútbol (Nielsen, 2019). Sin embargo, ninguna mujer cerca de mí jugaba fútbol. Vi a mis hermanos crecer aprendiendo cómo jugar fútbol y a todo el mundo alrededor de ellos hablar de sus entrenamientos, sus talentos y lo emocionante de la posibilidad de que decidieran jugar. Los domingos todas las generaciones de mi familia hacían equipos y jugaban juntas, pero esta actividad sólo incluía a los hombres.

Tuve una época de coleccionar en las ya casi inexistentes micas para conservar documentos todos los recortes y fotos de mi jugador favorito de ese momento: Zague. Pasé muchos años viendo sus partidos y siendo aficionada. No la más ferviente, pero sí una que tenía suficientes nociones para tener conversaciones al respecto, que adoptó al equipo al que le iba buena parte de su familia como SU equipo y que iba al estadio y a bares para ver partidos. 

Pero a pesar de crecer rodeada de fútbol, mi historia en las canchas empezó hasta que tenía 20 años. A modo de coincidencia, pero también de mucha rebeldía. Aún pienso que con mis pocas nociones de haber jugado a veces con mi papá y mis hermanos, no sé cómo me atreví a meterme a una cancha y a un equipo. Caí en blandito, pero sobre todo, no le tenía miedo a la pelota, a un golpe o a no hacerlo bien. Y sobretodo no me parecía justo ni me hacía sentido que no pudiéramos jugar.

Pero aquella chava que se metió por primera vez a una cancha jamás imaginó la revolución que significaría en su vida el jugar fútbol.

 

Mujeres que luchan, juegan y se rebelan. Juntas.

Unos años después de esas primeras y emocionantes incursiones en la cancha, fui a un encuentro de mujeres con dos compañeras de nuestra colectiva feminista, Justicia Sexual. No era mi primera vez en un encuentro similar, sabía el tipo de actividades culturales, artísticas, conversatorios y discusiones que habrían y me emocionaba mucho compartirlo con ellas, viajar a Chiapas juntas y aprender más de la lucha de las mujeres zapatistas, que eran quienes convocaban a este encuentro. 

Ese es quizás uno de los encuentros que más me han movido en mi activismo feminista y antirracismo, que empezaba a nombrar de manera confusa e incipiente. Pero lo que más me marcó de ese encuentro fue que las actividades incluían a los deportes con retas de voleibol y fútbol. Algo que nunca había visto en un encuentro de mujeres.

Abrir una cancha para jugar fútbol y voleibol en un espacio en el que todas nos identificábamos como mujeres que luchan y en la que la mayoría hicimos equipo sin conocernos ni llevar ropa para jugar, fue una de las grandes lecciones que les he aprendido a las zapatistas sobre cómo también jugando luchamos, nos conocemos a nosotras y a las otras y nos encontramos.

 

Fútbol y feminismo: ¡Si gana una, ganamos todas!

Actualmente, existe en México la Liga BBVA Mx Femenil, una liga profesional para jugar fútbol con un modelo único que ha teniendo un enorme crecimiento, que como casi siempre ha sido contracorriente, con bajos salarios y con poco apoyo. Sin embargo, esta liga ha significado también la posibilidad de que las mujeres puedan dedicarse a jugar fútbol, sean reconocidas y de demostrar que las barreras para jugar fútbol y las prácticas violentas y discriminatorias en las tribunas no están en el deporte sino en el sexismo y el machismo.

 En este contexto, surge la Barra Feminista, una colectiva de la que formo parte en la que apoyamos al fútbol femenil y a todas las jugadoras, resignificamos a las barras de fútbol como espacios de alegría, de encuentro, de lucha y de gozo y utilizamos las consignas feministas y el pañuelo verde para apoyar al fútbol femenil. Todo bajo con la consigna: ¡Si gana una, ganamos todas!

Jugar fútbol, ocupar las canchas, las gradas, los espacios de opinión y las redes sigue siendo un acto de rebeldía ante un contexto que considera nuestra participación como prescindible,  secundaria y opcional, que nos da todo el tiempo condiciones diferenciadas, que considera que nos hace un favor al dejarnos participar y que cree que puede disponer de nuestros planes, cuerpos y deseos a su conveniencia. 

 La lucha por el fútbol femenil es una lucha por la igualdad de derechos y la libertad de las mujeres. Por poder jugar, luchar, resistir y buscar que otro fútbol sea posible.

 


 

Jimena Soria es feminista, antirracista y activista. Tiene experiencia en temas de incidencia social y política y en fortalecimiento de capacidades a organizaciones de la sociedad civil. Es consultora en temas de prevención y atención de las violencias en espacios laborales. Le gustan los perros y el fútbol femenil.

Julia Reyes Retana es arquitecta, aunque nunca se ha dedicado a la arquitectura. Tiene un taller y marca de costura, Chocochips Costura de Estación, dedicado a la producción de objetos textiles y a la impartición de cursos de costura y técnicas textiles. Dibuja desde que tiene memoria y la ilustración es la base de la que germinan todos sus proyectos, dibujos que se transforman en cosas. Actualmente dibuja todos los días y a todas horas.

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