Reseña poco ortodoxa
Texto: Alexandra Haas (@ahaasp)
Ilustración: Julia Reyes Retana (@julitareyes)
Llego tarde al debate sobre la serie Unorthodox. Las editoras de La pluma abominable no tienen la culpa. Ellas me pidieron esta reseña hace un par de semanas, pero este tiempo líquido del encierro hace que pasen los días a gran velocidad y a la vez nos exige paciencia. Paciencia, parece una mala broma. Llevábamos años lamentándonos de nuestra necesidad de inmediatez, alimentada por la disponibilidad del entretenimiento (el siguiente capítulo de la serie de nuestra preferencia, listo para arruinarnos el sueño, por ejemplo) y ahora resulta que la principal imposición es la paciencia. No hay oferta televisiva que nos alivie en estos tiempos de zozobra.
Quizá si hubiera visto esta serie en un momento ‘ordinario’, me hubiera desesperado el anhelo del pasado de la comunidad jasídica retratada. Viven con reglas del siglo XVIII en pleno siglo XXI, y en Nueva York, la ciudad más veloz, más anhelante de vanguardia del planeta. El mundo cambió por completo –y varias veces– desde que el rabino Israel Ben Eliezar fundó, en Polonia, esta corriente del judaísmo que hasta hoy vive como entonces, y con ello, considera que respeta más cabalmente los designios de D-s.
Hay razones para pensar que la caracterización es hiperbólica: la vestimenta desubicada por era, por lugar y por estación, la prohibición de usar teléfonos inteligentes, los roles de género, estrictamente establecidos. Todo ello es parte del contexto de la historia de una joven, Esther (o Esty, como le dicen de cariño) que transita a la edad adulta, con expectativas de ser feliz y cumplir con su destino, y que se enfrenta a una crisis existencial, común para su edad. Sin embargo, una vez que se empiezan a revelar las consecuencias de no alinearse, el contexto cobra sentido. No se mantiene la ortodoxia con relativismos. Esa comunidad es radical y no admite desafíos.
Pudo haber sido una historia mejor contada. Hay momentos en los que el guion es demasiado explícito y poco creíble. Falta, en algunos vuelcos narrativos, un poco más de valentía: no se necesitan tantas excusas para salir de una situación que, para nuestras sensibilidades contemporáneas y occidentales, se asemeja a un secuestro. Pero con todo y sus defectos, quizá en gran medida rescatados por una actuación notable de Shira Haas, la serie es buena: un elenco talentoso representa el relato universal de las decisiones íntimas que desafían los sistemas que asignan roles y privilegios.
Gobernar a los seres humanos es la tarea más difícil que existe. El libre albedrío y la independencia moral de las personas es de una gran incomodidad para quienes, a veces con buena voluntad, siempre con ganas de control, pretenden orientar las decisiones más personales. ¿A quién amar? ¿A quién rezarle? ¿Cómo vivir? El anhelo del pasado es un largo suspiro por épocas más sencillas, a los ojos de quienes sostienen esas formas de vida. Muchas comunidades humanas –no sólo las jasídicas, representadas en la serie– valoran el pensamiento binario, la rapidez de formular respuestas, la sencillez con la que se sabe si una persona actúa bien o actúa mal. Es más fácil prohibir que convencer. Es más sencillo ordenar que debatir. Es más predecible un texto sagrado que la mente humana, llena de pulsiones y de deseos.
En el centro de ese pensamiento binario descansa la mayor operación de control de la humanidad, que atraviesa, además, religiones, territorios y épocas: el control de los hombres sobre las mujeres. El control de su cuerpo, a través de la maternidad, el control de su destino, a través de la dependencia económica, el control de la sexualidad, a través de la ropa y el aspecto físico. La serie aborda cada uno de esos temas, no necesariamente con gran profundidad, pero sí logra revelar cómo funciona el sistema heteropatriarcal. Mecanismos que en nuestras sociedades son más discretos –aunque todavía vigentes– son evidentes en este relato, que nos despierta indignación, no sólo por Esther, sino por todas las formas en las que las mujeres en el mundo somos controladas.
La caracterización de un sistema que denunciamos constantemente y que combatimos cotidianamente es bienvenida, en una época en la que a las mujeres se nos acusa de polarizar. Es una representación de lo que intentamos decir: tenemos derecho a ser quienes somos, seres libres y titulares de derechos.
La lucha de Esty es, en el fondo, la lucha de todas.
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En estos tiempos de tanta incertidumbre existencial, me pregunto si no seré, más pronto que tarde, una de esas personas que suspiran por el pasado, de esas que se esfuerzan por mantener (o al menos, venerar con el recuerdo) una vida que ya no tiene lugar. ¿Podré cambiar de piel y arrojarme a la nueva modernidad o seré de esas excepciones al darwinismo que desafían la adaptación como único método de superviviencia? O quizá, antes de poder contestar esa pregunta, moriré del virus invisible e implacable que tiene postrado al planeta entero. No hay, en mi repertorio personal, texto o autoridad que me diga cuál es la respuesta.
Alexandra Haas es licenciada en Derecho por la Universidad Iberoamericana y Maestra en Derecho por la Universidad de Nueva York. Actualmente es investigadora invitada en el Centro de Investigación y Docencia Económicas y asesora en género e inclusión de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM. Fue Presidenta del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación y previo a ello, encabezó el área de asuntos políticos de la Embajada de México en Washington DC. Ha participado en la construcción e instrumentación de iniciativas legislativas y de política pública con perspectiva de derechos humanos. Es autora de ensayos y artículos y ha impartido clases en distintas universidades.