La vida que pausamos
Por: Ania Otaola (@aniacronismos)
Ilustración: Julia Reyes Retana (@julitareyes)
Martes 24 de marzo
Justo antes de entrar por la puerta del rellano, me doy cuenta, en este mes de marzo, que mi mayor olvido no fueron las llaves, sino mi vida misma, la olvidé no un día, sino muchos. La dejé caer por despiste en el presente de la novena calle, en mi mal humor por los motores humeantes. Olvidé la vida en la codicia de la productividad de cada uno de mis días. Qué ridícula yo misma. Dejé mi vida en el último bar en el que bailé, no en el piso o en el baile, sino en lo yo creía que me importaba: “el qué dirán”, ¿Qué dirán? Ya no dicen nada.
Hoy la ciudad habla sola, las voces, los pájaros, no se escucha a los vecinos en este agobiante silencio del edificio. Las calles ligeras por falta de paseos ¿Qué harán las calles sin nosotros? Quizás no seamos tan importantes, mejor decir basta, pausemos la vida, dejémosla dónde estaba, por no acusarnos y no decir que en realidad la olvidamos.
El encierro soy yo
La jaula de la que hablo soy yo, no puedo culpar a los límites de los muros de mi casa. Cuando no puedo trepar estos muros y tengo la necesidad de huir, cierro los ojos y me voy hacia lo más alto del cielo, me extiendo en él, y la soledad me sigue y me dispara, mis pensamientos me abruman. El encierro está en mi cabeza, que últimamente es como un electrodoméstico, es una lavadora de última generación, hoy más que nunca, gira sin sentido y sin parar, me aterra y me centrifuga a todas horas.
Pienso en mi madre y en cómo me gustaría abrazarla y lo hago en mi cabeza, y las lágrimas se escapan. Pienso en el mar y su brisa curativa. El agua con sal es capaz de salvarlo todo. Pienso en las calles de mi ciudad vacías, pienso en el llanto de mi amiga Claudia, y pienso y no me detengo, hasta que me libero de esa voz interna, mi propia voz, digo adiós a todos mis pensamientos, y caigo rendida, como cuando era una niña y dormía profundamente después de un largo día de aventuras y juegos. Hoy es igual, pero hoy soy yo la que me rindo de tanto pensar, por desgracia no me rindió jugar, si no el pensar como una adulta en la desgracia colectiva.
Estiro estos pensamientos, los escribo también, soy yo misma la que los alargo, hasta que ya no dan para más e intento deshacerme de ellos, los pego a en las paredes de mi casa para acudir a ellos en otra ocasión. Me desquicio fácilmente y friego el suelo, entonces meto estas ideas recurrentes y oscuras en el cubo y los friego por el suelo, o en un intento de serenidad los cocino en el horno y los devoro, y vuelvo a mi tranquilidad. Escribo por el mismo motivo de siempre pero más intensificado que nunca, que no se me vaya el presente y a su vez ausentarme en él.
Dios dirá. La verdad, la verdad no creo en Dios, pero sólo espero que la vida que dejé atrás, vuelva a ser. Y que yo vuelva a la velocidad de pensamiento habitual y deje de centrifugar.
Miedo y truchas
El fin de semana tuve mucho miedo, por un momento no quería estar aquí. Extrañé más que nunca las voces de mi familia, el calor de mis amigos, mi casa como excusa y como idea ficticia que me hizo pensar que me salvaré de todo, en cualquier caso, verdad o mentira, estaba muy lejos de ahí. Sentí la ansiedad como si la pudiera tocar en mi pecho, pensaba en la inmensidad del mar que nos separa. Esa sensación se apoderó de mí, no había aire suficiente para poder respirar, ni principio ni final. Una llamada de Martín, la misma broma de otras veces sobre la embajada, sonreí.
Manuel me sacó de la casa, agarró el peso muerto de mi cuerpo que sin oposición se dejó llevar. Fue bonito. Si hay algo que puedo identificar como algo bonito es eso: no tener ganas de vivir por instantes y que alguien que tampoco tiene tantas ganas hace que todo recobre un cierto sentido. Yo no paraba de llorar. Sácame de mí le dije, y por suerte y por desgracia, él entendió perfectamente cómo me sentía.
Nos fuimos de la ciudad, cambiando de tono de un gris oscuro a un verde clarito, el ruido quedó atrás pero el de mi cabeza iba conmigo, aún quedaban dos días para tener que encerrarnos, sólo de pensarlo me ahogaba. El apocalipsis nos siguió hasta el lago, no sé por que, pero se respiraba el sentimiento de vacío del mundo. Ante mi catarsis Manuel decidió que teníamos que ir hacia el aire puro. Llegamos a un lago; había unos pescadores y nos acercamos a ellos, dos truchas morían en la orilla a su lado, y yo no paraba de llorar. Veía la brutalidad humana reflejada en la agonía de la trucha. Manuel intentó salvarla para que yo dejara de llorar, pero los pescadores del lago no le dejaron. Luego nos dimos cuenta de que ese hombre quería comerse esa trucha. Dejé de llorar por la brutalidad humana, y por hambre empezó a parecerme más razonable dejar morir a la pobre trucha. Dejé de lamentarme por mí y por el mundo.
Desde la laguna veíamos a lo lejos pero cerca el volcán, siempre vigilante. Yo me sentí atrapada en mis sentimientos decapitados y hundida en la tristeza hasta que decidí empezar a beber. Bebimos aguardiente hasta llorar, reímos, mi cuerpo por fin descansó. Lo noté en la carcajada de una tontería que dijo Manuel: la ansiedad me abandonó a medida que el fuego del aguardiente bajaba por mi garganta. Con la excitación compusimos unos versos acerca del fin de mundo y me alegré de estar cerca de Manuel si el mundo terminaba. Qué liberador es crear y expulsar el sinsentido. Como cuando bebes demasiado y quieres vomitar, así me sentí, pero sólo vomité palabras, pensares y lágrimas.
Miércoles 25 de marzo
Qué frágil es la apariencia del orden; dos días confinadas y todo tiene aspecto caótico y absolutamente desastroso. Si dejamos que nuestros objetos sean libres rápidamente se desordenan.Quizás es simplemente un reflejo de mi foro interno, así como mis conexiones neuronales actuales que también están totalmente enredadas en estos días de encierro.
Leo acerca del virus y lo que está sucediendo. Acepto que mi cuerpo no es mío sino todo un universo que construye, destruye y lucha por la supervivencia de mis células entre otros miles anticuerpos. Es curioso que después de unos cuantos años tengo problemas para habitar mi cuerpo, con el que ahora me encuentro más que nunca. Mi encierro ya era mi cuerpo desde antes del confinamiento. Esta cuarentena también será mental, las ventanas están abiertas de par en par, en cualquier momento me puedo tirar. Ser libre no es un don ni un derecho, es una conquista.
Pienso en el amor que me rodea, y en todo lo que sobrevuela a mi alrededor. Amor, que sube y baja, que sube hacia lo más alto, amor con forma de pájaro. Amor que da vueltas como una espiral. Amor que me marea. Me enamoro de la calma y la tranquilidad. Hacía tiempo que no compartía todo, tanto, todo con alguien, hasta el más último recoveco, la última esquina secreta, la intimidad, yo, súper yo, menos yo. Parece el colmo de la cursilería, pero su voz es tan reconfortante. Mi nido para reposar cuando volamos bajo.
Pienso en la tradición pre-hispánica: lo divino, lo terrenal y lo subterráneo, tres capas, tres lados, tres dimensiones. Ahora mismo todas las contengo, envuelta en mi pijama. La clave es cerrar los ojos y sumirse en la ceguera de la oscuridad, y cuando entra el pánico entreabrir los ojos, para que esta ceguera se vuelva lechosa, una ceguera blanca y luminosa como la que describe Saramago, y ahí en la pureza del blanco, la vida se abre de nuevo.
¿Por qué encerrada soy más consciente de mi existencia? Mi respiración, mi pulso, mi parpadeo. Ayer en esta angustia de encierro pensé en huir y hoy sin embargo me quedo aquí para siempre, y no me juzgo, ambos pensares tienen lugar en esta cabeza. He pasado un mes de ciclones personales, de puntos de fuga y muchos pesares, pero ahora con el encierro arde el fuego para todos, todos estamos jodidos. De algún modo me alegro que este globo haya pinchado, sin ser cínica ni sentirme mejor por expandir la sordidez por el mundo, pero para que todos veamos la esclavitud y la absurda sobreproductividad a la que estamos sometidos. Esclavos del dinero y del papel, otra vez, segunda ley de la termodinámica, todo se desordena, sólo que espero, quizás, ingenua de mí, se restablezca un nuevo orden, nuevas formas, lentas, suaves, priorizar a las personas y sus cuerpos, sus vidas, las pulsiones, los parpadeos. Vuelvo a mirar al cielo, abro los ojos, los cierro de nuevo.
Jueves 25 de marzo de 2020
Las cosas no son como yo quiero, las cosas no deben de ser como yo pretendo, las cosas no son, las cosas son prueba y error. Las cosas giran como una espiral o en círculos, las cosas van y vienen, pero nunca como yo digo, las cosas no son, las cosas son como son. Las cosas fluctúan a su son y tu lo aceptas, o no. Miro por la ventana y veo eso que determino como “cosas”, personas sin o con rumbo, coches parados, nubes rosas, fachadas silenciosas, símbolos, pasos, tiempo, la enfermedad, el llanto. También es valiente rendirse ante la aceptación de que las cosas son como son.
Cae la noche, me asomo a la ventana, un día más, sacudo mis cortinas y sale polvo de ellas, como una nieve de pólvora y ácaros que me transportan al invierno de infancia, cuando me deslizaba con frenesí por ese polvo blanco repleto de felicidad y carcajadas. Viajo a esas mañanas invernales cuando me tiraba por laderas en una bolsa de plástico. Si hay una imagen que se puedo traducir como felicidad es una niña tirándose colina abajo en la nieve. Ahora me deslizo por las partículas que invaden mi cuarto.
Jueves 2 de abril
El ritmo nunca me perteneció. El ritmo no nació en mí como en Joaquín, mi ritmo es arrítmico y sólo mío. Mi cuerpo se balancea, se mueve como una cuerda al viento, se despliega por la casa, ya en sintonía con el encierro, fue fácil, las respuestas están aquí, dentro de mí, aunque como dicen en España, nos robaron el mes de abril.
Viernes 3 de abril
Ya le declaré la guerra al confinamiento. ¿Cómo? Contraponer el nihilismo con la risa.
No dejaré que me tumbe. Establecí mi propio ritmo: la risa, la vibración, el latido, mi tarareo, la voz rasposa, la voz despierta.
Domingo 12 de abril de 2020
Me protejo, perdí el miedo, no lo tengo, se me cayó de las manos, no lo poseo, no poseo nada, no temo a nada ni a la vida ni a la muerte, causal, terrenal, hoy por la noche no me cubro con la manta por las noches, no le temo a la oscuridad, llegará un nuevo día y le saludaré desde mi ventana, mientras me despido de todas las cosas que tenía pensadas. He vuelto a soñar y coloreo todo sin parar.
Lunes 13 de abril de 2020
Hace días que dejé de contarme la historia de la jaula y del encierro, hace días que retomé la vida, esa vida que pausé, la reanudé. Hace días que cambie el hilo de la historia, y volví a la vida.
La vida que pausamos, dije, sí, la vida está pausada, pero tan solo de puertas hacia fuera, en mis entrañas canto, bailo, pinto, cocino, salto, lloro, río. Volvió la fe, la melodía. La vida volverá a su curso como el río encuentra la cañada, después del dolor, volveremos a las calles con más ganas, con más sentido de la latitud, de dónde estamos quiénes somos, qué historia queremos contarnos. ¿Cómo? ¿Cuándo? Aquí y ahora.
La vida que reanudamos desde lo más profundo de nuestros adentros.
Ania Otaola tiene 29 inviernos, nació en el mes enero en el País Vasco (frío que te cagas), pero ha vivido aquí y allá, y actualmente reside en Puebla, México. Hace un año vino con una beca de gestora cultural y aquí se quedó, le encantan las personas, los seres humanos con sus mochilas, nuestras miserias y nuestras alegrías. Piensa que esta vida es una experiencia que pasa por nuestras cuerpas y mentes. Le gusta caminar, la luz, alternar melodías y silencio, los mimos y las sopas, el arte y divagar sobre la vida, el ser y la nada. Y más le gusta poder encontrar mujeres con las cuales reflejarse aquí y en Pekín.
Julia Reyes Retana es arquitecta, aunque nunca se ha dedicado a la arquitectura. Tiene un taller y marca de costura “Chocochips Costura de Estación” dedicado a la producción de objetos textiles y a la impartición de cursos de costura y técnicas textiles. Dibuja desde que tiene memoria y la ilustración es la base de la que germinan todos sus proyectos, dibujos que se transforman en cosas. Actualmente dibuja todos los días y a todas horas.