Decidí ser madre
Texto: Yarazai Simbrón (@yarazai_s)
Ilustración: Julia Reyes Retana (@julitareyes)
Nunca tuve la certeza, el acérrimo deseo, de querer ser madre. Si bien tampoco anulaba definitivamente la idea de tener hijos, ésta se me presentaba como un paisaje desconocido invadido por una densa niebla. No me imaginaba soportando los embates del embarazo, el parto, el puerperio, la crianza, de todas las exigencias que implica traer un ser humano al mundo. Finalmente, sin que un anhelo desenfrenado por maternar llegara a poseerme, elegí el viaje sin retorno a ese territorio lejano y, sobre todo, salvaje.
Siempre tuve la sospecha de que crear/criar es la chinga más grande de la vida, hoy puedo afirmar que tenía toda la razón. El compromiso de cuidar un hijo responde a nuestro egoísmo por haber decidido su existencia, cuenta Daniela Rea en Mientras las niñas duermen; suena bastante justo, una especie de balance natural entre criatura y creador. Sin embargo, en ocasiones es difícil percibir ese cósmico equilibrio entre mi hija y yo. A veces, sostener su vida es tan agotador que consume todos mis recursos, incluso aquellos que no sabía que poseía. Me exprime gota a gota, se engolosina conmigo, de mí y mientras ella se colma de vida, mis fortalezas se evaporan. Así que, como el personaje de Las madres no de Katixa Aguirre, mientras otras “escriben en los foros online que, desde que son madres, son más fuertes, más poderosas, imbatibles leonas, puro rugido, pura zarpa”, yo me siento un manojo de debilidades.
Vi mi vulnerabilidad en todo su esplendor la noche que mi bebé no paró de llorar por casi seis horas. Hasta ese entonces había vivido bajo el engaño de que amamantar para consolar a un bebé era bastante simple, pero la realidad es que si recién has parido, mantenerte despierta toda la noche alimentando y arrullando a libre demanda es insostenible. Aquella tormentosa noche, mi cachorra y yo nos aferramos una a la otra y sobrevivimos, yo a sus exigencias y ella a mis limitaciones. “No hay nadie a quien queramos tanto como a nuestros hijos e hijas, pero a menudo no podemos más con ellos”, escribe Esther Vivas en Mamá desobediente, y añade que para evitar el sentimiento de culpa por sentirnos rebasadas, hay que aceptar el torrente de sentimientos ambivalentes como algo que naturalmente forma parte de la maternidad. He asimilado esta idea racionalmente; sin embargo, el recuerdo de esa experiencia, el que aloja el cuerpo y la emoción, insiste en que ni fui ni hice lo suficiente como madre (por mi culpa por mi culpa por mi gran culpa).
La maternidad se me presenta constantemente como una bestia que arremete por todos lados y de todas las formas posibles. Domarla no sería posible sin la ayuda de otros; siendo justa y puntual, principalmente otras. En La hija única, Guadalupe Nettel atina diciendo que las mujeres “siempre hemos cuidado a los hijos de otras y siempre hay otras que nos ayudan a cuidar de los nuestros”. Sí, mujeres, sí, siempre, a pesar de las (auto)exigencias económicas, políticas y sociales que imperan en este mundo neoliberal. Si en mis falaces razonamientos juveniles alguna vez concluí que la crianza de los hijos era un asunto que únicamente compete a los padres, hoy creo fervientemente que ésta nunca debe ser un acto solitario. Sin la red tejida por mi madre, mi hermana, mis amigas y aquellas que a través de múltiples plataformas externan las contrariedades de la maternidad, estaría ahogada en los mares de la frustración.
La maternidad no dejó caer sobre mí chispas luminosas con su varita mágica; sin embargo, decidí ser madre, elegí esa mutación desde la lucidez de mi mente y, permitiéndome una cursilería, la sensatez de mi alma. Estoy en esa construcción, es decir, no soy sino que me estoy haciendo madre, y desde este limbo entre quien era antes y quien soy ahora, la que florece y yo nos descubrimos en infinita ternura.
Yarazai Simbrón estudió literatura; quizá algún día terminará su tesis. Baila mucho, escribe poco y a veces hace teatro. No sabe redactar una semblanza de sí misma, haga lo que haga siempre le parecen demasiado largas o muy cortas, excesivamente pretenciosas o verdaderamente intrascendentes.
Julia Reyes Retana es arquitecta, aunque nunca se ha dedicado a la arquitectura. Tiene un taller y marca de costura “Chocochips Costura de Estación” dedicado a la producción de objetos textiles y a la impartición de cursos de costura y técnicas textiles. Dibuja desde que tiene memoria y la ilustración es la base de la que germinan todos sus proyectos, dibujos que se transforman en cosas. Actualmente dibuja todos los días y a todas horas