Libres para amar y ser amadas. Testimonio del Orgullo LGBT+ 2021

Lgbtq.jpeg

Por: María Álvarez (@memoriosa)

Ilustración: Julia Reyes Retana (@julitareyes)


No hubo clóset del cual salir. No viví ese conflicto interno al que muchas personas se enfrentan cuando se dan cuenta o le hacen saber a las demás que tienen una orientación sexual o afectiva, o una identidad de género, que no va con la norma. En parte por la edad a la que sucedió. Rebasados los 40, no hay muchas explicaciones que dar. ¿Hay muchas explicaciones que darse?

Un buen día –habiendo vivido en el cuerpo tres embarazos, dos hijxs y relaciones solo con hombres– tuve plena conciencia de mi bisexualidad. No fue algo abrupto, todo lo contrario, fue sutil y contundente al mismo tiempo: como revelar una foto análoga, un retrato de mi misma que siempre estuvo ahí, pero que no se había impuesto sobre el papel. Poco a poco, pero sin retorno, el líquido lo convirtió en una imagen nítida. No me extrañó reconocerme en ella. Soy yo, soy yo, soy yo, y esa posibilidad latía en mi.

Me enamoré de una mujer. No me sorprendió, me llenó de asombro. Ser correspondida me dio una alegría expansiva, un orgullo inmenso. Sí se abrieron muchas puertas, pero todas fueron para explorar nuevos caminos, y también para regresar a casa. La lesbiandad es una forma que me contiene mucho mejor que otras. No sé porqué, pero así es, no sé porqué no lo supe antes, pero poco importa. Lo sé ahora.

No sé si mis más cercanxs se sorprendieron, pero recibieron el anuncio con el mismo ánimo que otras decisiones que he tomado en la vida: ¿estás bien?, ¿te hace feliz? Mis hijxs quizá fueron los más desconcertados, pero tengo la sensación de que esa sencilla información les abrió también la posibilidad de revelarse de mil maneras, de devolvernos imágenes diversas y enriquecidas, de volvernos más realidades que expectativas.

No tuve miedo, ni tuve vergüenza. No había vivido encerrada, mi maternidad no estaba amenazada. Nací y crecí con ese privilegio invaluable que es el respeto, ese que merecemos todas las personas y no debería ser un privilegio y sin embargo lo es. Debe dejar de serlo. Todas tenemos los mismos derechos. Me da miedo y me da rabia y me da vergüenza que no todas podamos vivir así, libres para amar y ser amadas.


María Álvarez nació en la Ciudad de México en 1977. Estudió letras hispánicas en la UNAM y literatura comparada en la Universidad de Sussex. Es editora y gestora cultural desde hace casi 20 años de manera independiente. En 2013 fundó Sicomoro ediciones, cuya vocación principal es la de publicar libros (de arte, de cocina, de arquitectura) que pretenden ser exploraciones estéticas, cuya identidad entre materia y texto lo hagan un objeto de curiosidad y deseo. Ha trabajado con y para instituciones públicas y privadas como la Secretaría de Relaciones Exteriores, UBS, el Centro Nacional de Prevención del Delito, la productora Nao films, el Canal Once, el Museo de la Ciudad de Querétaro, el Fondo de Cultura Económica, e Igualdad UNAM, entre otras.

Julia Reyes Retana es arquitecta, aunque nunca se ha dedicado a la arquitectura. Tiene un taller y marca de costura “Chocochips Costura de Estación” dedicado a la producción de objetos textiles y a la impartición de cursos de costura y técnicas textiles. Dibuja desde que tiene memoria y la ilustración es la base de la que germinan todos sus proyectos, dibujos que se transforman en cosas. Actualmente dibuja todos los días y a todas horas.

Previous
Previous

Mi carrera literaria (Primera parte)

Next
Next

A la vuelta de: Frontera Interior