Pájaros espaciales: Valentina Vladímirovna Tereschova

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Textos: Valeria Matos (@matosvaleria)
Ilustración: Julia Reyes (@julitareyes)

Sin ellas la historia es incompleta. Las ficciones como puentes.

A Valentina le gusta llegar a lo más alto, brincar desde cimas invisibles. A los veintidós años hizo su primer salto en paracaídas. A los veintisiete, bajó desde el espacio. La imposibilidad tenía lugar en el territorio sideral: observar lo frágil de la humanidad desde un punto en el cosmos. Pero sabemos lo que ocurrió: Gagarin (1961). Después, ¿una mujer en un cohete? Sí. La primera mujer y civil a bordo del Vostok 6.

La noche anterior durmió por disciplina: un último paso para un viaje interestelar de tres días. Vértigo, terror a las alturas; enfrentar el miedo es la clave para seguir las pulsiones de vida. Lo consiguió. Los años sesenta colocaron un peinado característico con puntas hacia el cielo bajo el casco de la cosmonauta. Valentina Vladímirovna Tereschova se hizo llamar Chaika durante la misión: gaviota en castellano. Existen pájaros espaciales.

Voluntad: eso la guió hacia el lado sideral. Trabajó en una fábrica textil, mientras las noches le sirvieron para estudiar. Su deseo se trazó más allá de la cúpula azul. Quería investigar, volar en esa dimensión de estrellas, planetas, nebulosas, asteroides. ¿Cómo explicarle a su madre que dejaría el hogar para hacer un viaje intergaláctico? Dirigirse a una lejanía inimaginable se resuelve cuando la vocación dicta el camino, no hay cómo desviarse.

Se presentó en la agencia del espacio soviética como voluntaria para formar parte del primer cuerpo femenil de cosmonautas. Eran más de cuatrocientas aspirantes. No es astronauta. Pero es posible. Está segura de lo que quiere. Llévenla a entrenamiento. Si lo resiste, en dos años viajará. Tiene sangre de héroe de guerra, su padre fue valiente, también ella. Será miembro honorario de la Fuerza Aérea Soviética.

¿Qué pensaría mientras flotaba? ¿Cómo puede una concentrarse para no enloquecer en el aislamiento? Vuelos de ingravidez. Quizás saber que su encuentro con Dios será imposible, mas no parar de buscarlo a través de la
ventanilla, entre un parpadeo y de reojo, por lo menos.

El dolor de cuello a veces es demasiado, lo produce el peso del casco, similar al de la misión. Mareo constante. Náuseas. Mirar hacia la negritud profunda. Silencio en la cápsula. El universo, como nuestras mentes, nunca está en paz, pero los oídos humanos pierden su capacidad auditiva gracias a la densidad del vacío. Oscuridad: soporte de la Tierra azul y blanca. El paisaje estelar la mantiene con esperanza. Esa vista da la certeza de existir desde lo altísimo.

Chaika orbitó cuarenta y ocho veces el planeta que alberga vida. Giró durante casi tres días sin amanecer, sin noches, sin ocasos. Respira. Se asegura de sentir el corazón de vez en vez. Trata de recomponerse. Debe registrar el horizonte. Da vueltas en sí misma. Da un click a la cámara, da otro: las imágenes son necesarias, gracias a éstas, se identificaría la capa de aerosol de la atmósfera. Escribe la bitácora; se pregunta si volverá a pisar tierra, a mirar el mar, cómo estará la madre, ¿por qué le habrá creído que iría a un campamento de paracaidismo? Porque Chaika era mujer de promesas cumplidas.

Horas y horas de vuelo. Es momento de dirigirse a casa. Fallo en el sistema. El estómago se contrae, la respiración se vuelve difícil. Debe tranquilizarse. Mensajes desesperados cruzan la cabina de mando. Solloza, no escucha la voz propia. La máquina se aleja de la Tierra; tendría que ser lo contrario. No responden los controles manuales. Silencio plomo. El equipo de control de vuelo adquiere el control por órdenes del Diseñador Jefe, Serguéi Pávlovich. Vostok 6 desafía el tiempo para el retorno.

La humanidad lo supo, la madre lo supo. Chaika, enfundada en un traje de astronauta, volvió. La consigna del héroe es regresar cuando casi fue vencida, renacer. Madre: no vi a Dios, mi nave tomó otro rumbo, quizá por eso no me crucé con Él.

Tiene más de setenta años y Gaviota quiere viajar otra vez. Se pronunció voluntaria para pisar Marte. Lo sabe: no hay retorno. Existen pájaros espaciales.

Valeria Matos mezcla realidades de otros tiempos y ficciones a través de la escritura. Tiene el título de Maestra en Estudios de la Mujer de la UAM-Xochimilco y es Licenciada en Historia por el Instituto Cultural Helénico-UNAM. 

Está interesada en el análisis de los procesos históricos y los productos culturales con el objetivo de visibilizar la participación de ellas y la inequidad entre los géneros. A partir de lo anterior, reflexiona sobre el presente. Su tema preferido: la presencia de mujeres. Habla de esto (y por lo tanto de la vida) en el Museo Memoria y Tolerancia, en donde la invitan muchos viernes al año. 

Cuenta con diversas publicaciones, que incluyen Esencia de Líder (2016), bajo el sello Grijalbo, en coautoría con Alejandra Llamas, y ¿Vivir del arte? Sí. El universo del mercado y la valuación de las artes plásticas (2018), en coautoría con Rafael Matos, publicado por Puntal, Fundación Javier Marín. 

Es heredera de la insurrección femenina. Es la molestia del siglo, es feminista.

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