¿Por qué insistimos?

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Texto: Lía García (La Novia Sirena)
Intervención de foto: Julia Reyes Retana

“¿Por qué insistimos?”, escribí en un rincón de mis paredes con gis azul. Hoy las plantas me respondieron con toda su fragilidad expuesta, como una herida que deja correr todo para después sanar. O tal vez se trata solamente de re-habitar la herida, tocándola con ternura. Cuánto nos enseñan las plantas y los objetos que se cruzan en nuestro camino de la manera más inesperada, ¿verdad?


Una mañana encontré en la basura una vieja llave de tina por donde seguramente algunos días, atardeceres y noches de luna el agua corrió para cubrir de transparencia la piel, el encuentro de dos cuerpos que buscaban la tranquilidad del agua para amarse, o quizás la limpieza propia como acto de querer(se). ¿Cuántos momentos habrá vivido esa llave?, ¿qué abre este tipo de llave?, ¿a quién o quienes perteneció? Me pregunté estas cosas mientras la contemplaba ahí, en el lugar donde terminan los objetos que ya no sirven o, más bien, todas las cosas que creemos que dejan de tener un uso porque se rompen, se oxidan, se echan a perder o simplemente dejan de funcionar, como anunciando un final que en realidad puede ser una pausa.

Le pregunté a los chicos del camión de la basura que se pone en la esquina de mi casa todos los días si podía tomarla. Con extrañeza en sus ojos me dijeron que me la vendían. Les dije que no tenía más monedas pero que les dejaba mi nombre a cambio: “Soy Lía. Ya nos hemos visto porque me toca traer la basura de mi casa los miércoles”. Rieron con sarcasmo y contemplaron mi cuerpo desde esa mirada que atraviesa el morbo, la curiosidad, pero un deseo que a penas y se puede ver pero que ahí está, tal como mi encuentro con aquella llave. 

De pronto, su mirada cambió. Ellos me bañaban con el eco de sus nombres desde la parte de arriba del camión: “Luis, Jesús, Pablo”. Otros decidieron darme su silencio y eso está bien. Repentinamente el motor del camión se encendió. Antes de arrancar, un muchacho con rostro y manos cenizas me la entregó; sabía que aquella llave ahora tenía algo de ellos. Los miré partir. Regresan todos los días al barrio, pero ese día tuvo algo especial. 

Ya en casa, ahora la cubrí de agua yo a ella. Le quité los restos de sarro por tres días y la sumergí en vinagre para que volviera a brillar. “¡Me gusta esta llave!, ¡necesita un lugar especial!”, me decía cada vez que una capa de sarro oxidado caía de ella cual piel muerta para volver a ser cuerpo. 


Dos corazones en un hilo, collar de corazones o ceropegia woddii. Díganle como quieran, tiene tres nombres y es una planta que crece hacia abajo porque busca la frescura de la tierra para sus hojas, pero sus raíces deben estar siempre en un lugar lejano al suelo porque se alimenta del aire. Se riega cada tres días con poco agua. Marlene “la mujer de las plantas” que trabaja en el mercado de la colonia Álamos me la regaló después de compararle la primera vez tres plantas para mi habitación cuando sentí que los muros blancos necesitaban ese verde tan propio que llena de colores cualquier lugar vacío.

“Ten mija, esta planta es especial y es para ti. Yo conozco muchos chicos como tú y las amo porque cuando me enferme a mí me cuido un muchacho así, ni siquiera mis hijos, ¿tú crees?”, me dijo aquella mujer que todos los días mete y saca sus raíces para dejarlas ir con ternura y volver a sembrar; convencida de que su memoria habita ahí, en el lugar donde no se corta ninguna flor.

Todas tenemos algo de Marlene en nuestras casas y tenemos que cuidarlo profundamente, como dice ella: “Todo empieza en un lugar pequeño hasta necesitar la tierra, solo ese día sabrás despedirte de ella.”


Mi planta corazonada era pequeña, muy pequeña. Estaba en mis manos ahora. Sabía cuál era su destino porqué así somos las personas Trans. Somos los que no debería estar ahí. Y ahí está. Insistiendo. Deseando echar raíz. Gritando que deseamos vivir y que eso que es vivir es lo que nos hace latir el corazón cada día. 

La sembré ahí, pues una llave esta hecha para abrir y cerrar ¿no? Tal como en la vida cerrar-abrir-cerrar-abrir-cerrar. ¿Qué hay en medio de abrir y cerrar? Quería que sus raíces corrieran donde pensaba que no se iba a poder o donde no debería de ser, pero ahora ES. Me costó tanto trabajo. Se secó, corte gran parte, una semana, dos, tres, no respondía pero la raíz estaba ahí. 

“Aquí corría agua y el agua es vida”, le decía cada mañana a los corazones colgantes. Y a la llave, porque a la llave también le hablaba. Mi abuela siempre me dijo que comunicarse con las plantas y los objetos era algo especial porque todo se convertía en esperanza: “Tu belleza es infinita, por aquí también correrá lo que va a crecer, ya verás”. 

Cuarto intento. Mi planta cansada y escasa, pero con su raíz húmeda. Un lugar, otro lugar de mi casa, no lo lográbamos. Sol, luz de Luna, resolana, me hice parte de ella y ella de mí. Lágrimas de agua salada para regarla, lectura de poesía ante ella, caricias con las yemas de mis dedos. No lo lográbamos. Yo seguía cortando pero la raíz prevalecía. ¿Cómo poder ser tan valiente para dejarnos ver tu raíz después de cortarte? Una plegaria en sueños. La belleza y la ternura de acompañar su tiempo, tan suyo.

Sábado 13 de marzo de 2020, 12:45 del día. Mis ojos, mis manos y lo que no sé aún que es pero existe: mi cuerpo, supieron: 

Por qué insistimos

Raíz que entra profundo dejará salir mundos. 

Planta que se siembra desde abajo, crece

A su tiempo y contra tiempo

¿Quién dijo que no podíamos convertirnos

en las cosas que soñamos ser?

Cuando vi los primeros brotes salir de ese lugar oscuro, angosto y circular, pero lleno de significados-espejo donde yo misma me pude ver, ahí supe: 

Somos vida, somos amor, somos ternura, somos todo lo que consigue habitar el mundo que nos quitaron, el espacio menos pensable, la casa que no es casa y la convertimos en hogar, somos el brote de una historia que crece. Somos fuerza y valentía. Tengamos paciencia, mucha paciencia, pues todo lo que tanto pensamos que era imposible, algún día será el cielo entero y lloverán ternuras, sutiles ternuras, haciendo del odio el antídoto que se necesita PARA SEGUIR INSISTIENDO.

Lia García (La Novia Sirena), 1989, nació en la Ciudad de México, donde actualmente vive y radica. Poeta, narradora oral y artista del performance. Es activista y defensora de los derechos humanos de las personas trans*, aprendiza feminista antiracista en proceso vivo y continuo de des-colonización. Cofundó en 2016 la Red de Juventudes Trans México junto a otras activistas trans. Sus proyectos pedagógicos se han centrado en construir puentes afectivos entre la experiencia trans*, el activismo y el contexto socio político por medio de la performance artística.

Julia Reyes Retana es arquitecta, aunque nunca se ha dedicado a la arquitectura. Tiene un taller y marca de costura, Chocochips Costura de Estación, dedicado a la producción de objetos textiles y a la impartición de cursos de costura y técnicas textiles. Dibuja desde que tiene memoria y la ilustración es la base de la que germinan todos sus proyectos, dibujos que se transforman en cosas. Actualmente dibuja todos los días y a todas horas.

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